martes, 9 de febrero de 2010

Por el interés te quiere... Inés

La falsedad se oculta detrás de una sonrisa encantadora o de una mirada en apariencia inocente. Y a veces sólo podemos defendernos de ella siguiéndola la corriente, esperando el momento de combatirla con sus mismas artimañas...

Con nueve años, Julia asistió con impotencia a ver cómo partían en dos su lápiz de divertidos dibujos florales y su goma de borrar que olía a fresa. Una compañera de clase, Inés, defendió con tal vehemencia que eran suyos, que la profesora optó por aplicar la ley salomónica, haciendo caso omiso a sus lloros. Inés fue la primera persona que le enseñó a desconfiar de los demás.

Cuando cumplió quince, sufrió el primer desengaño amoroso, ese que te deja una impronta imborrable y que no desaparece de la memoria jamás. Aquél chico de la pandilla con el que se había jurado amor eterno, empezó a mostrarse indiferente y fue otra amiga del grupo quién se ofreció a consolar sus temores y a escuchar sus cuitas, intercediendo entre ambos. Sólo fue otra Inés, otra hipócrita que con miraditas cómplices y ventaja añadida, trazó un plan perfecto para acabar robándole a su chico y terminar de empujar al fracaso su relación. Al poco de cortar, ambos anunciaron que salían juntos, y Julia sintió una bofetada por partida doble: la del engaño y la de la traición.

El tiempo pasa y cicatriza las heridas, pero a veces nos vuelve a hacer vulnerables y parece que no espabilamos nunca. En la Universidad, otra Inés se coló en su vida; parecía tan desvalida, tan perdida. Siempre se ofrecía a invitarla al café en la cafetería de la Facultad, era tan atenta a la hora de escucharla, la aconsejaba sobre qué ropa la sentaba mejor a la hora de vestir, qué peinado la favorecía más… Pero esforzarse, no se esforzaba mucho en atender en clase, cuando no se las saltaba. Más bien se dedicaba a hacer corrillos en los pasillos de las aulas, más preocupada por ser popular y dicharachera, que por hincar los codos. Decía que no era muy avezada en entender aquellas complicadas materias y que la costaba mucho asimilar tanta información, halagando la disposición e inteligencia de su compañera. De modo que los apuntes de Julia pasaban a sus manos demasiadas veces, entre forzadas sonrisas de agradecimiento y alabanzas petulantes. En una ocasión que hubo que realizar un trabajo sobre un medio de comunicación, Julia entendió que ambas debían colaborar y confió en que su amiga fuera a realizar el trabajo de campo, mientras ella se documentaba en la Biblioteca. Pero ese trabajo nunca llevó su nombre. Aquella Inés lo presentó por su cuenta, robándole todas las ideas e incluso parte de la documentación que ella había consultado, añadiendo una completa entrevista que en aquella ocasión, sí se molestó en realizar insitu en el medio en cuestión; y a la que Julia, por supuesto, no tuvo acceso. No volvieron a hablarse y de nada le sirvió a Julia mostrar sus anotaciones en la tutoría del profesor que impartía la materia objeto del trabajo; éste la tomó por una histérica que pretendía acusar de plagio el impoluto trabajo de otra alumna que había incluido una entrevista realizada con mucho acierto. Y en el supuesto de que hubieran decidido aunar sus esfuerzos para presentar un tema común, como así le aseguraba aquella chica, la advirtió que su problema no era apaciguar malentendidos entre personas que no sabían colaborar. Julia tuvo que morderse la lengua y tragarse la frustración que la invadía para presentar a toda prisa otro trabajo, que alcanzó a duras penas un aprobado raspado y que influyó en su nota media final. Para colmo, el resto de sus compañeras no entendió por qué Julia había dejado de hablar a su amiga del alma, aquella chica tan divertida y atenta, que tan dispuesta estaba a prestarles apuntes (los de Julia) para que no tuvieran que asistir a muchas de aquellas soporíferas clases.

Cuando acabó la carrera, y encontró su primer trabajo, se topó con otra Inés, pero la caló enseguida. Tres Inés en su vida habían sido suficientes. La vio llegar, estudió su comportamiento y se mantuvo alerta. Aquella Inés siempre se libraba de las broncas de un jefe déspota e irascible, llevaba allí tiempo y era demasiado servicial. Estaba claro que era la pelota de turno y no era cuestión de dejarse llevar por su cándida sonrisa y su afectada zalamería. Pero tampoco debía ponérsela en su contra. Así que optó por seguirla la corriente, con cautela. Lo curioso es que no sabía si las demás compañeras hacían lo mismo que ella o es que las tenía abducidas, porque allí todo el mundo hablaba de lo encantadora y aplicada que era. Lo mismo redactaba cartas que contestaba al teléfono, que hacía una plantilla para algún programa informático o se encargaba de quitar algún virus incómodo, evitando así tener que llamar al informático de turno que no estaba en plantilla y cuyas salidas suponían un costo de dinero importante. De modo que por un lado obtenía el favoritismo del jefe y por otro, el agradecimiento de sus compañeros de trabajo, porque su ayuda les evitaba que el jefe se enterase de su torpeza.

Pero nadie da puntada sin hilo, pensó Julia. Y enseguida observó que esa ayuda altruísta era correspondida de alguna manera: invitaciones gratis al cine, detallitos de marca, y en cierta medida, obligadas cargas de trabajo o intercambio de turnos no deseados... Pero nadie se negaba, y cada cuál quería ostentar ante los demás que su agradecimiento por aquella compañera tan atenta era el más sentido, y se prestaban a devolver el favor aún a costa de sus horas libres... Sobre todo aquellos que hacían un uso indebido de internet , cuya consecuencia resultaba ser la aparición de virus con cierta asiduidad, algunos de los cuáles parecían cebarse con sus documentos más importantes. A Julia aquello le pareció un poco extraño, así que se mantuvo ojo avizor, borrando su historial de internet y todo aquello que delatase su paso por las páginas que visitaba, bastante inocuas, por cierto, pero eso no impidió que un día su ordenador empezara a comportarse de manera caprichosa.

“Tienes un virus”, apostilló ella, muy segura de sí misma mirando a Julia con cara de fastidio y con una mirada de condescendencia como diciéndola “A saber dónde has entrado”… Allí estaba ella, para librarle de aquél molesto inquilino informático, tarea que hizo sin más dilación, tras invitar a Julia a abandonar su puesto de trabajo para que la dejara hacer con tranquilidad. Pero a Julia, aquella oportuna invasión de un troyano, como lo llamó aquella listilla, le pareció muy sospechoso, sobre todo teniendo en cuenta que no había abierto ningún mail desconocido ni ningún documento adjunto, ni tampoco había navegado por páginas “peligrosas”. Había hecho muchos cursillos de informática para reciclarse, entre ellos uno de Seguridad Informática y no estaba pez en el asunto, como la mayoría de la gente de por allí. Así que un día aprovechó la hora del almuerzo, en el que todos bajaban al bar, para hacer algo que nunca antes se había atrevido a hacer: fisgar en el ordenador de un compañero de trabajo. Estaba muy nerviosa, pero fingió entretenerse en el baño y se aseguró que no quedaba nadie en su planta, para luego abrir el correo de su advenediza colega. Allí había mails de un tal “Rafa”, que resultó ser su novio, un aspirante a hacker de tres al cuarto, que se encargaba de mandarle virus y las instrucciones para ejecutarlos, así como la solución apropiada para eliminarlos. Pero, claro, ¿cómo iba a probar que todo aquello estaba allí sin delatar su incursión en la intimidad de otra persona? Bueno, haría un reenvío con uno de los mails del tal Rafa, poniendo como destinatarios a todos aquellos que salían en la libreta de direcciones, osea, a todos los trabajadores de aquél departamento, incluída su propia dirección de correo. Y lo programó para que se abandonase la bandeja de salida a los pocos minutos de acabada la hora del almuerzo, para que la hora del envío no la delatase. Y aún así, ¿quién iba a probarlo?, pensó, mientras llegaba al bar, uniéndose a otro grupo de compañeros demorados de otras secciones.

El correo tuvo un efecto inmediato, claro está. Y la atronadora voz del jefazo resonó con el nombre de aquella aprovechada. Eso sí, por última vez. Sin que por ello Julia sintiese remordimiento alguno. Nadie se preocupó de averiguar si había sido otra persona la que había delatado a semejante individua o si ella misma había tecleado con las prisas un reenvío que se había replicado a todas las direcciones de correo del departamento.

La última Inés que conoció, cerca de la treintena, quiso quitarle al que había decidido iba a ser su futuro marido y el padre de sus hijos. Una tía resultona, que apareció en su círculo de amistades por ser conocida de otra que a su vez conocía…. Vamos, una acoplada que empezó a dárselas de genial y super-cool, pero que luego iba poniendo verde a la que le interesaba cuando la susodicha no estaba delante y ponía ojitos a todo individuo del género masculino, sin importar si tenía pareja o no. Por eso esta vez ni siquiera se anduvo con rodeos. La acorraló en el baño de la discoteca y la espetó: “Te conozco, sé de que palo vas, me da igual que todos los demás te consideren una tía guay, yo no te trago, si se te ocurre tontear con Edu, te corto hasta las pestañas postizas, estamos? Ah, y esta conversación tú y yo no la hemos tenido".

Julia está hoy día felizmente casada con Edu, pero nunca baja la guardia, ni en el trabajo ni en su vida amorosa. Nunca se sabe cuando aparecerá la siguiente Inés.

6 chispazos:

BLAS dijo...

Odio a las Inés de este mundo. Yo he conocido también un montón y cada vez que me presentan a una no le quito la vista de encima, por si acaso, que las cicatrices de las Inés, por lo general, dejan huella indeleble.

Inma dijo...

Tela marinera la historia de Inés y el virus. Todo esto me hace pensar que a pesar de que me las doy de madura, y de haber vivido, una tía de estas me las da con queso, y no me entero, seguro. Vaya bicho!!

COILET dijo...

Al final se las acaba calando, pero lo triste es que hay personas muy inocentes, que las siguen viendo como estupendísimas y las Inés se alimentan de su vulnerabilidad... Y muchas veces no puedes advertirlas, pq entonces ¡tú eres la mala! Pq cada vez vienen más preparadas, más ladinas y más pérfidas....

Claro que tb existe la versión masculina..., jejejeje....

KIRA dijo...

Me siento totalmente identificada con la historia que nos cuentas.
Al igual que Julia no las veo venir, hasta que no he dado con los dientes en el suelo... soy asi de idiota que se le va hacer.
Siempre he sido una persona abierta y confio en la gente, pero tendre que ir con mas cuidado.
Ahora ya tengo una de esa "cicatrices" que mi Ines particular me hizo hace cosa de un año mas o menos... y j*d*r todavia me duele, algun que otro dia cuando estoy con la moral baja, que se le va hacer la vida es asi... y hay que tirar pa'lante.
Simplemente doy gracias porque por cada Ines que me encuentro en mi vida, a cambio tengo una Julia que compensa la balanza....

chema dijo...

desgraciadamente hay mucha gente así. también están los que sacan de ti todo lo que pueden, y cuando ya no te necesitan... si te he visto no me acuerdo.

COILET dijo...

Pues sí, Kira, menos mal que siempre podemos tener alguna Julia en quién confiar, aunque podamos contarlas con los dedos de una mano!!

Chema, tiene que haber de todo, lo importante es saber estar en guardia y no dejarnos apabullar por estos personajes aprovechados.