Hace un año que Bruce, nuestro fiel perro nos dejó. Nos brindó 12 años de su compañia y lealtad. Tenía su mal genio con los demás perros pero a nosotros nos defendía con pasión. Y teníamos la seguridad de que nadie iba a entrar en casa sin que nosotros dieramos el "visto bueno", ni tampoco en el coche…
Dicen que sólo los falta hablar, y aunque sea un tópico es cierto, porque aprendes a interpretar lo que quieren decirte por su manera de ladrar, por esa peculiar modulación que imprimen a su ladrido según estén tristes, mimosos, irritados o heridos.
Cuando Watio se acercaba a mí con traviesas intenciones, con esa risa ladina de estar tramando algo y querer sorprenderme por la espalda, Bruce se adelantaba y se le encaraba llamándole la atención, pero con un ladrido descafeínado, casi bromista también, desprovisto de la furia que solía emplear cuando su intención era amedrentar a intrusos que osaran invadir "su propiedad" o disuadir las ansias territoriales de otro congénere.
Entre sus muchos comportamientos, recuerdo su intranquilidad cuándo nos metíamos al agua, no le hacía ninguna gracia y ladraba de manera insistente para que saliéramos, sobre todo las pocas veces que fuimos con él a una playa. Pero luego le encantaba nadar en un pantano, y es que tirases un palo donde se lo tirases, allá iba raudo, aunque hubiera que lanzarse al agua.
Recuerdo anécdotas graciosas, muchas de ellas fruto de su ansiedad a la hora de perseguir cualquier objeto que rodase, pues le encantaba salir tras pelotas o balones, daba igual su tamaño. Una vez me despisté y se metió de lleno en un partido de petanca y, muerta de vergüenza, corrí tras él y le enganché como pude mientras los jubilados echaban pestes sobre dueña y perro...
En otra ocasión, su exceso de celo en un Camping provocó que el trabajador que recogía los cubos de basura al lado de nuestra parcela casi se meara en los pantalones... Fue tal su recelo al ver a un tipo moviendo algo voluminoso dentro de "su espacio" que el tirón que propinó a la correa (siempre permanecía atado a un árbol) partió su collar metálico (por lo visto no suficientemente fuerte). Salió como una flecha a por él, y aunque sólo se le encaró sin agredirle, el susto que se llevo el pobre hombre, que soltó todo lo que tenía entre manos y se quedó petrificado contra un árbol y completamente inmóvil, fue mayúsculo. Por supuesto nos deshicimos en disculpas con el empleado y tuvimos que ir al pueblo cercano a comprar un nuevo collar para Bruce...
Eso sí, era muy listo y muy ladino, se las sabía todas… Cuando le tirabas de una oreja para regañarle se quejaba exageradamente y cuando tenía ganas de bajar a la calle, en alguna ocasión te llevaba su correa de paseo y te daba cabezazos para llamarte la atención o todavía te hacía una seña más explícita, como una vez que cogió la zapatilla deportiva de Watio y la soltó en sus pies directamente, como diciéndole: "Venga, ya te estás calzando que quiero bajar a la calle".
En otra ocasión, su exceso de celo en un Camping provocó que el trabajador que recogía los cubos de basura al lado de nuestra parcela casi se meara en los pantalones... Fue tal su recelo al ver a un tipo moviendo algo voluminoso dentro de "su espacio" que el tirón que propinó a la correa (siempre permanecía atado a un árbol) partió su collar metálico (por lo visto no suficientemente fuerte). Salió como una flecha a por él, y aunque sólo se le encaró sin agredirle, el susto que se llevo el pobre hombre, que soltó todo lo que tenía entre manos y se quedó petrificado contra un árbol y completamente inmóvil, fue mayúsculo. Por supuesto nos deshicimos en disculpas con el empleado y tuvimos que ir al pueblo cercano a comprar un nuevo collar para Bruce...
Eso sí, era muy listo y muy ladino, se las sabía todas… Cuando le tirabas de una oreja para regañarle se quejaba exageradamente y cuando tenía ganas de bajar a la calle, en alguna ocasión te llevaba su correa de paseo y te daba cabezazos para llamarte la atención o todavía te hacía una seña más explícita, como una vez que cogió la zapatilla deportiva de Watio y la soltó en sus pies directamente, como diciéndole: "Venga, ya te estás calzando que quiero bajar a la calle".
A veces pienso que no debería haber tenido un animal así encerrado en un piso, que sólo podía ver la calle por el balcón de casa y disfrutaba del campo un ratito al día como quién dice… Ójala hubiera podido darle una vida mejor, en una casa de campo pero… ya me hubiera gustado a mí también…
Si te pones a meditarlo fríamente, es una gran responsabilidad que te condicona en muchos aspectos, sobre todo a la hora de ir a visitar a la familia, salir de vacaciones, etc. Teníamos siempre que pensar dónde dejarle, y todos los días tienes que sacarle para que dé sus paseos, te apetezca o no, haga frío o haga calor.
Algunos años pudimos llevarle de vacaciones si ibamos de camping, pero otras veces tocó dejarle en un hotel canino porque desgraciadamente en este país, muchos sitios no están preparados para animales, y hasta en las playas te prohiben dejarlo suelto aunque sea en las horas del atardecer cuando ya no hay nadie. Todo son pegas. Y cuando te lo llevas por ahí debes ir buscando una sombra para poder dejar el coche aparcado porque claro, no puedes ir con él a hacer la comprar, visitar sitios, etc… Porque Bruce no era precisamente un caniche de medio kilo, sino un mestizo de pastor alemán y mastín que pesaba sus cuarenta kilos.
Hoy día me queda un grato recuerdo de su fiel y cariñosa compañia perruna y muchas veces, creo encontrar en la mirada de otro perro grande y juguetón como él, su mirada de ternura y de lealtad, que me hace pensar que vivió feliz a su manera, compartiendo su vida con nosotros.
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