Al final decidimos ir a tierras gallegas, porque ya conocemos Asturias y Cantabria de otros años y por fin este año, íbamos a tener casi 15 días de vacaciones.
Pero como todo no puede ser perfecto, a Watio le dió lumbago... Sí, tiene guasa la cosa, cuando deja de trabajar se pone malo, ya le sucedió hace unos años, parece que estamos gafados... Aunque él no se quejaba aparentemente, yo sé que las estaba pasando canutas, sobre todo a la hora de enderezarse, pero no estaba dispuesto a renunciar a estos días de descanso disfrutando por otros lugares y como ya lo teníamos todo planeado, me dijo que echara la mantita eléctrica y unos antibióticos, además de la aparatosa -pero eficiente- faja lumbar que en su día le compré en una tienda de productos ortopédicos. Así que decidimos viajar con calma y como conduciendo no le molestaba, aguantó el viaje como un campeón y al final pudimos disfrutar de las merecidas vacaciones. Aunque claro está, no se le pasó de inmediato y estuvo una semana y pico con las molestias, teniendo días mejores y peores.
En general vimos bastantes cosas, y nos encantaron los paisajes y la buena comida de por allí, por lo que seguramente volveremos en otra ocasión. La región de las Rías Baixas, aunque algo masificada por el turismo, esconde también pueblecitos y rincones más tranquilos, si los sabes buscar. Nosotros como campistas que somos, nos gusta ir un poco a la aventura, recorriendo un poco la zona y cuando encontramos un sitio tanquilo desde el cuál iniciar las excursiones, allí nos afincamos. Solemos recabar información de internet sobre los lugares a visitar, los sitios recomendados para comer, etc y hacemos buen uso de esos datos. Auque muchas veces te falta tiempo para ver todo lo que te has propuesto.
En general nos dió tiempo a ver Santiago, Vigo, Pontevedra y pueblecitos de la zona de las Rias Baixas. En algunos tuvimos ocasión de asistir a sus ferias de productos del mar, donde bajo una enorme carpa puedes degustar a precios populares su preciada gastronomía: empanadas de todo lo imaginable, mejillones, almejas, chipirones, zamburiñas, pulpo, etc. Claro que también nos pegamos un par de mariscadas que nos supieron a gloria, con marisco más contudente: bogavante, nécoras, cigalas, etc. Y qué decir de los postres: me sorprendió gratamente la tarta de Santiago, que yo creía sería un pastel más bien seco y resultó ser un bizcocho jugosito cubierto de azúcar glass...
Allí es curioso el tema de las comidas, porque no se estila tanto lo del menú del día, aprendes que es mejor ir a comer raciones variadas de sus productos del mar: chipirones, mejillones, pulpo, etc, pues sacan buena cantidad y al final comes tanto mejor que si pides un primero y segundo plato. Eso sí, si tienes un poco de vista y huyes de los establecimientos demasiado céntricos o turísticos. Además, por si echas de menos la "carnaza" también encuentras sitios en cuyas parrillas humea el ternasco y la costillita de cerdo a la brasa...
Nos traímos también buenas sensaciones en cuanto a los vinos, y nos gustó especialmente el Albariño: ligero, fresco, frutal; acompaña perfectamente los pescados y el marisco. Y el licorcito de después de comer fue por excelencia la crema de orujo, mucho mejor si el establecimiento en cuestión la servía casera, nada tiene que envidiar a la tan anunciada crema de whisky.
Y es que para nosotros, que somos de buen comer y hacemos ascos a poco, la gastronomía de esta tierra fue un placer para los sentidos... Tenemos que volver, por supuesto.
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